Sara se levanta todos los días muy temprano, o mejor dicho, su perro Iker la despierta diariamente a las 6:00 para salir al baño. Le da unos lengüetazos a Sara, éstos resultan más eficientes que cualquier alarma. Y es que él aprendió que el sonido del reloj despertador significaba una cosa: ¡Paseo! Por más hábitos que Sara intentó proponerse, nunca logró perdurar en alguno por más de 30 días, hasta que conoció a Iker un día mientras cerraba su negocio y un perrito de la calle, greñudo y con nudos se acercó a ella. Por cortesía le dio agua y le puso una cajita para que se resguardara y calentara, seguro al día siguiente ya se habrá ido, pensó Sara. La sorpresa fue que el día siguiente el perrito estaba ahí, y con él una bolsa de basura totalmente descuartizada. Sara no tuvo más remedio que comprarle una bolsita de croquetas y le volvió a dar agua.

Los días pasaron, e Iker seguía esperando a Sara. Cuando llegaba tarde, él le tenía como sorpresa una bolsa de basura, sin embargo cuando ella era puntual, Iker aguardaba sentado y tranquilo a que ella le pusiera su platito de croquetas.

El invierno llegó y Sara sintió compasión por Iker. Llamó a la estética y pidió que lo bañaran, luego ya limpio, lo llevó al veterinario y pidió que lo revisaran y le aplicaran las vacunas y desparasitantes necesarios. Cuando el veterinario le entregó la cuenta, Sara casi se desmaya. Iker la miró con sus ojos brillosos, Sara pasó el trago amargo y lo abrazó. Esperaba que ese fuera, de los males, el peor. Sara lo llevó a su casa por primera vez, Iker entró con cautela; mientras tanto ella se quitó los zapatos y como de costumbre los dejó al lado de su sillón, prendió la tele, se sirvió de cenar y se quedó dormida. No pensó en las consecuencias, creyó que Iker dormiría en la camita que le preparó debajo de las escaleras. Sara omitió poner la alarma, pues el domingo acostumbraba levantarse hasta saciarse. Al día siguiente, al despertar Sara se llevó una tremenda sorpresa. Sus zapatos favoritos estaban rotos, el bote de basura volcado, la cama de Iker estaba destruída, el colchón orinado y parecía que un huracán había pasado por toda la sala. Sara, desconcertada y frustrada, no supo qué hacer. Al borde del  llanto, comenzó a recoger mientras maldecía en el nombre de Iker. Se arrepintió de haberlo llevado a su casa y pensó qué podía hacer con el dichoso perrito.

Los días pasaron y Sara no resolvía en su cabeza qué hacer con Iker. Pensó que ya no podía devolverlo a la calle, y darlo en adopción sería un proceso lento. Mientras tomaba una decisión lo esterilizó y recurrió a Dog Dog en busca de una alternativa para arreglar temporalmente el asunto. Cuando llegó con nosotros tenía claro que lo quería dar en adopción, pero en el inter quería una guardería para no regresar y encontrar su casa destruida. Ya no lo podía llevar a su negocio porque se metía, pedía comida a los clientes y eso les molestaba.

Iker empezó a visitarnos en la guardería, mientras tanto los días pasaban y no llegaban adoptantes. Al conocer su caso, les hablé del servicio de asesorías de educación. Sara tomó la promoción del mes, y solicitó su asesoría sin costo, le dí algunos tips para que llevara una relación más disciplinada con Iker, y evitar así batallas incesantes con el control de esfínteres, travesuras, masticación destrucción, entre otras. La asesoría terminó por convertirse en un programa de ocho sesiones, conocido como Taller Haz Equipo con Perro. Sara e Iker aprendieron a convivir en casa y en parques, a pasear juntos, y a estar en el negocio sin que él molestara a los clientes. En conjunto con la Guardería Educativa, Iker se volvió un perro más estable y dejó de morder cosas.

Al cabo de 3 meses, Iker se convirtió en el reto personal de Sara. Ella le había puesto tanta dedicación e inversión de tiempo y dinero a su perrito, que ya no quería darlo en adopción. El esfuerzo estaba valiendo la pena.

Al cabo de 6 meses, Sara e Iker eran un equipo, aprendieron como hacerlo a través del taller de educación canina. Ella seguía sin despertar con la alarma, pero ahora tenía a Iker quien la despertaba para desentumecerse y empezar con un lindo paseo su mañana.  Y así los días de Sara cambiaron, ella dejó algunos malos hábitos, comenzó a hacer más ejercicio, a guardar las cosas en su lugar, separar la basura y sacarla a tiempo, cerrar puertas, hacer dog friendly su negocio y despertar puntualmente todos los días sin olvidar el paseo de Iker. ¡Gracias Iker, no lo hubiera logrado sin ti!, pensó Sara.

Yo quiero ser como Sara e Iker

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